Con el incremento prolongado del precio de los combustibles fósiles y la necesidad urgente de un cambio de paradigma en la movilidad, los vehículos eléctricos, a través de la colaboración público-privada, buscan ser la llave para la economía del futuro.
Necesidad
Llenar el depósito en España es hoy un 50% más caro que hace un año. La situación es similar en toda Europa, donde los diversos gobiernos han puesto en marcha rebajas fiscales y bonificaciones para compensar unas subidas internacionales que ahogan a consumidores privados y profesionales de todos los sectores.
La gran dependencia en materia energética de otros continentes hace que cualquier inestabilidad política-social repercuta de manera directa en prácticamente todos los servicios y productos, impulsando la inflación a picos desorbitados que no se veían desde 1985.
Por ello, apostar por formas de transporte sostenibles no es solo una emergencia climática en sí, sino que ofrece una alternativa al modelo de consumo actual global. El transporte de personas y mercancías es lo que mueve la economía de cualquier país. Si no conseguimos hacerla sostenible, la dependencia de combustibles fósiles acabará por ahogar todas las industrias.
Para ello queda mucho camino por andar, y es que la cuota de mercado de los vehículos eléctricos en tan sólo de un 4%. Pese a que su venta se ha duplicado respecto al 2021, sigue sin ser lo suficientemente representativo para el cambio que se necesita.
Desafíos
La automoción vive una tormenta perfecta. Por un lado, la crisis de chips y semiconductores ha puesto de manifiesto la dependencia total del gigante asiático, que es quién determina cuándo y cómo se fabrica y si abastece o no al resto de países. Para ello, la idea de la relocalización europea de esta industria surge cada vez con mayor fuerza, canalizada por los fondos europeos de recuperación. Solo en España se impulsarán proyectos con PERTE de 11.000 millones de euros, en línea con el objetivo europeo de que la UE fabrique el 20% de los chips para 2023.
El otro principal problema al que se enfrenta la industria del vehículo eléctrico son las baterías, autonomía y puntos de recarga. Elementos que aún no están en un punto de economía de escala y que hacen que el precio del vehículo sea menos competitivo respecto a los de combustión.
La batería, piedra angular de esta encrucijada, busca remedios a su duración y autonomía. Actualmente soportan 3.000 ciclos de carga completa, lo que se traduce en unos 8-10 años de vida útil, un recorrido de tiempo poco competitivo que, acompañado de una baja autonomía de 400 km de media, hace que los 1.000 km que te ofrecen algunos coches diésel sean la mayor parte de veces un motivo de peso para decantarse por un coche diésel o gasolina.
La profesionalización de las compañías privadas en este tipo de movilidad y el apoyo por parte de las entidades públicas a fabricantes y compradores individuales se prevé vital para una consolidación del vehículo eléctrico en un momento tan oportuno como necesario.